Los dulces 54 del Ironman de Nativitas
Fue la reconciliación histórica de esa corriente ideológica llamada marinismo, según el mismo gobernador. Mixiotes, arroz y tequila. Toda una fiesta de pueblo, para el pueblo de los Berverly de Peralvillo. O los marines de Marinlandia
Arturo Rueda / Efraín Núñez Calderón
No hablaba de Tony Stark y tampoco el escenario era el Palacio de Bellas Artes. Simplemente se trataba de un seudo cantante que no encontró mejor forma de arrastrarse ante el mandatario que —sirviéndose de la Orquesta Sinfónica del estado— cantarle una composición propia titulada “El hombre de acero”. Se encargó el destino/ de iluminar a aquellos que alguna vez dudaron de ti/ ensombreciendo tu camino/ sin embargo, hoy tú sigues avanzando/ y esta vez con paso redoblado… Eres el hombre justo que se forjó en acero. Por unos minutos, “El Bomberito”, por unos minutos, se convirtió en la estrella de los “dulces cincuenta y cuatro” de Mario Marín. La reconciliación histórica de esa corriente ideológica llamada marinismo, como la definió el mismo gobernador. Mixiotes, arroz y tequila. Toda una fiesta de pueblo, para el pueblo de los Berverly de Peralvillo. O los marines de Marinlandia.
Casi cinco mil personas abarrotaron el salón Country Club, compuesta la asistencia en su mayor parte por burócratas del gobierno estatal y de los gobiernos municipales del PRI. Los regalos, muy cerca de totoles y puerquitos, consistían en sencillos arreglos de madera, naturalezas muertas y figuras de metal. Ninguna bolsa de Liverpool ni del Palacio de Hierro ni tampoco de las grandes marcas preferidas del gobernador como Hermés, Zegna o Burberry´s.
Fue una fiesta para todos los Don Nadie de la clase priista. Porque aquellos que son medianamente algo, prefirieron acompañar a Marín en el festejo privado en la hacienda El Capricho de Pepe Hannan el viernes por la tarde. Ahí sí aparecieron los grandes vinos, las mejores viandas, los regalos de lujo y hasta la variedad de Armando Manzanero. Uno de los asistentes, por cierto, dijo que cuando el nativo de Yucatán empezó a cantar, se soltaron las murmuraciones. “!Oye, que bien canta el gobernador, se ve que está tomando clases!”
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En sus “dulces cincuenta y cuatro”, ningún personaje de corte nacional acompañó a Marín. Y eso que es gobernador. Ni Manlio Fabio Beltrones, ni Beatriz Paredes y mucho menos Enrique Peña Nieto. El colmo fue que muchos de los incondicionales ya ni siquiera llegaron al Country Club. Guillermo Deloya, Javier García Ramírez, Alejandro Fernández Soto, Roberto Morales Flores y Javier Sánchez Galicia fueron algunos de los grandes faltistas.
La mesa principal tuvo problemas para llenarse. Y es que no sólo algunos de los burócratas principales abandonaron al patrón. Tampoco llegaron los empresarios y mucho menos los dueños de los medios de comunicación. Por ahí se distinguía a Rodrigo López Sainz, Coral Castillo y Enrique Montero Ponce. Pero ni las luces de Ricardo Henaine, Armando Prida, Pedro Cabañas, la gente de la OEM, la familia Grajales, Rafael Cañedo Carrión. Nadie.
La fiesta fue muy exclusiva, y no por la calidad de los invitados o la vestimenta exigida. El marinismo dio cabida en su fiesta, vaya se reservó el derecho de admisión, para todos los que no son incondicionales. Enrique Doger, Jorge Estefan y Chucho Morales, aspirantes a la gubernatura, ni siquiera fueron requeridos al evento. Víctor Hugo Islas, el mayor colado de Puebla, hizo honor a su mote y hasta fue recibido en la mesa principal, a la que debieron ser llamados para llenarla, entre otros, Rocío García Olmedo, Lázaro Jiménez y “Madame Prada”, alias Julieta Marín. De ese nivel.
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Fue una escena ya escrita por Jorge Ibargüengoitia en Estas ruinas que ves: Mario Marín, su burbuja y sus 5 mil acarreados festejaron al estilo de Pedrones, el pueblo vecino de Cuévano, donde confunden lo grandioso con lo grandote.
Y vaya que fue grandote. Más de 200 meseros, más de cinco mil mixiotes, incontables cajas de tequila Cazadores y brandy Torres. Pero ningún personaje que le diera altura a la celebración pública del cumpleaños número 54 de Marín. No, ninguno de los grandes protectores del mandatario a nivel nacional acudió a la fiestesota.
Tras dos años de celebraciones discretas, Mario Marín abrió las puertas del salón Country para recibir cientos de regalos, y aunque era el momento para demostrar su permanencia y su triunfo sobre la justicia, el gobernador no tuvo más público que acarreados e incondicionales.
Sí, el sexenio de Marín está en sus últimos días y se notó en sus invitados. Los placeres del poder que brinda Casa Puebla tienen fecha de caducidad y para este sexenio las condiciones adelantaron su putrefacción.Poco importa ya la resolución de la Suprema Corte de Justicia o el silencio de los medios en el escándalo de Marín. Hoy al mandatario se lo ha comido el tiempo y por ello, entró al salón de la mano de su delfín, Javier López Zavala.
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Eran las cinco y media de la tarde y aunque Mario Marín estaba rodeado de más de mil personas que hacían fila para saludarle y entregarle algún regalo, el gobernador estaba solo en la mesa principal.
Más solo que en los peores días de su debacle. Más solo que en los tristes días de 2006. La mesa principal, cuyas sillas fue un problema llenar por las ausencias de Javier Sánchez Galicia, Javier García Ramírez, Guillermo Deloya y Alejandro Fernández Soto, se vació. Ni siquiera su esposa ni sus cuatro hijos se quedaron a terminar la salutación.
Darío Carmona y Javier López Zavala fueron los últimos funcionarios de primer nivel en abandonar el Salón Country, empero ninguno de los dos estaba al lado de su jefe político. No, cada quien tenía pendientes en las mesas de los invitados.
El titular de la Secretaría de Desarrollo Social hizo un largo recorrido por el salón. Saludó a unos cuantos empresarios y uno que otro director de algún medio de comunicación.
López Zavala intentó competir con su jefe en saludos y felicitaciones. Pero el oriundo de Pijijiapan no aglutinaba a más de 10 personas, y por supuesto, en vez de cazuelas de barro rellenas de jitomate de bola o de dulces típicos, recibía carpetas con documentos o peticiones de pisos dignos.
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Eran las seis de la tarde y ninguno de los miembros del gabinete de Marín estaba en su mesa. Sólo desconocidos en la mesa principal: burócratas y acarreados.
Pasadas las siete de la noche, Marín recibió el último regalo y dio por concluida la salutación, justo en el momento en que un imitador de Juan Gabriel comenzaba a amenizar lo que quedaba de la fiesta del gobernador.
Fue la fiesta de los mínimos mininos. Grandota pero no grandiosa. Multitudinaria pero solitaria al mismo tiempo. Y es que el final del sexenio se avecina.
(Con información de Selene Ríos.)
La canción de Marín
Hombre de Acero:
En el atolladero se forjó el acero
y el honor que ostentas
pura nobleza llevas en tu andar ligero
va contigo (…) campesina
y la faena cotidiana va con tu sonrisa
eres el hombre justo que se forjó en acero
Se encargó el destino
de iluminar a aquellos que alguna vez dudaron de ti
ensombreciendo tu camino,
sin embargo, hoy tú sigues avanzando,
y esta vez con paso redoblado
y como huella grandes obras vas dejando
y hacia el viento te llevan
aquí, allá y a todos lados.
Pero el reencuentro es aquí con todos tus hermanos
que son parte de este pueblo justiciero
que otorgaron su poder en buenas manos
del hombre justo que se forjó en acero
que se forjó en acero (tres veces)
http://www.laquintacolumna.com.mx/2008/julio/politica/pol_070708_art_efr_dulces_54.html
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