¡¡¡EL PRECIOSO NO BAILÓ EN TEHUACAN!!!
A Mario Marín le gritan “precioso” en Tehuacán
Desairó a los tehuacaneros y al chivo que lo esperaba para bailar
Zeus Munive Rivera / San Gabriel Chilac / Enviado
Cuando Mario Marín llegó a la hacienda Las Huertas —ubicada en este municipio de la región de Tehuacán—, un grupo de no más de 50 estudiantes, al parecer universitarios, le gritaron “¡pre-cio-so, pre-cio-so!”, pero el gobernador ni los vio ni los oyó.
Posteriormente, cuando el maestro de ceremonias dijo: “Y está con nosotros el gobernador poblano, Mario Marín, quien dirigirá unas palabras”, otra vez ese grupo de estudiantes volvió a levantar la voz contra el gobernador.
“¡Pre-cio-so, pre-cio-so!”, gritaron con ritmo.
“Shhhhht”, se escuchó en las gradas tratando de callar a estos jóvenes que lo hacían en tono de burla hacia el mandatario.
El maestro de ceremonias alzó la voz para acallar las manifestaciones contra su jefe, el gobernador más precioso que hemos tenido desde que hay memoria en Puebla.
En el presídium ignoraron totalmente el grito contra el gobernador.
El alcalde de Tehuacán, Francisco Javier Díaz Fernández, mejor conocido como “El Pollo”, sonrió como si nada hubiera pasado.
Marín caminó hacia el micrófono y comenzó a hablar.
Una señora colocada delante de los muchachos con pinta de universitarios les reclamaba sus estruendos, pues a lo lejos les decía que se callaran.
Ellos, a diferencia del gobernador, sí se callaron.
Marín entonces habló del mole de caderas y de los chiles en nogada, mientras que su esposa, Margarita García, hizo una expresión de preocupación o de molestia; apretó las mandíbulas, sus ojos se pusieron vidriosos, frunció el ceño. Al parecer, ella sí estaba enojada.
Los demás funcionarios del gabinete como el secretario de Desarrollo Rural (Alberto Jiménez), el de Turismo (Juan José Bretón), y el director del Issstep (Alfredo Arango) hicieron como si la virgen les hablara, sólo dirigieron la mirada hacia el gobernador para escuchar el grandioso discurso sobre la comida tehuacanera.
Marín poco a poco comenzó a cambiar su rictus: cuando llegó sonreía, parecía fresco, tranquilo, pero a lo mejor el sol lo fue poniendo serio. Muy serio, trataba de sonreír, pero sólo muecas mostraba de su pequeño rostro.
Claro que eso era un gran esfuerzo, porque los danzantes lo invitaron dos veces a zapatear sobre la tarima colocada en medio de esta plaza en la que se llevó a cabo el rito de la matanza del chivo.
Cuando Marín bailaba, un campesino se le acercó y le mostró una botella de tequila.
El gobernador la miró y no hizo nada, siguió bailando “El jarabe colexero”. El campesino le volvió a acercar la botella y Marín le sonrió.
El campesino ya un poco molesto por el desaire, le insistió llevando la botella a la altura de los ojos del gobernador, Marín asintió con la cabeza ya resignado y el campesino le hizo beber de ese néctar.
Luego, Marín se sentó a ver la “Danza de la matanza” en la que el campesino lleva en hombros al chivo, un hombre baila con una churrasca, unos muchachos cargan la imagen de una virgen y las mujeres danzantes llevan el incienso que le da un toque riguroso de religiosidad.
Pero Marín, no sólo desairó el tequila sino hasta el chivo, sí ese que representa el símbolo del poder, que sólo baila con el dueño del bastón de mando que otorgan los indígenas al hombre que quieren que guíe sus destinos.
Marín bailó porque tenía que bailar. El chivo que lo esperaba para sacarle brillo a la tarima, sólo fue tocado por el gobernador.
A Marín lo llevaron las indígenas de la región al centro del escenario, adornado con pinturas de cactus y nopales; mientras el chivo, ese símbolo de poder, estaba listo. Marín se acercó.
Tomó de las patas al animal como si le dijera: cho gusto licenciado, ¿cuándo comemos?”. Lo soltó inmediatamente. No permitió que los tehuacaneros vieran el baile del chivo.
Fue un acto extraño, pues Melquiades Morales los seis años bailó con el animal.
Era algo raro porque parecía un desaire al chivo que sobrevive a la masacre, al deshuesadero para terminar en cualquier plato con mole.
Marín no bailó con el chivo. Sólo lo tocó. Se perdió del acto más importante para los indígenas de la región, no sólo los hizo esperar más de cuatro horas bajo el sol para que comportarse como él sólo sabe hacerlo.
Terminó el baile y Marín se fue a su camioneta.
Ahí volvieron los gritos: “¡Marín, precioso!... aviéntenle un tamal de frijoles al muy…”.
Pero nadie escuchó.
Marín se fue y la fiesta del chivo culminó.
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