miércoles, diciembre 03, 2008

Mario Alberto Mejía, Poeta y periodista, ex director editorial de Cambio, ahora Director de ElColumnista

En esto creo



Cambio he llegado tres ocasiones de mi vida, y no sería remoto que algún día renunciara a ElColumnista para regresar a Cambio. Ha sido mi casa durante muchos años.


Dejamos la pluma y tomamos un fusil. Cambio se convirtió en una guerrilla urbana; nos peleamos con políticos, con periodistas -con todos los sectores- y terminamos en una guerra salvaje, brutal, que culminó con la censura a La Quintacolumna Radio, y con un aislamiento del periódico.


Si en Puebla hay algo que me gusta, es la civilidad de los políticos. Yo pude haber escrito hoy en la mañana algo brutal contra “X” político pero, si me lo encuentro en un restaurante, me saluda como si nada hubiera pasado –ya con el tiempo te confiesan que sí se sintieron agraviados-.

Cambio se volvió el periódico incómodo. Asumir la tarea de informar lo que estaba ocurriendo en torno al caso Lydia Cacho fue bueno y fue malo; bueno, porque nos ganó lectores; malo, porque nos ganó enemigos muy poderosos. La prensa en general hizo un vacío sobre el tema.


Para mí no había una diferencia entre público y privado: una cosa era consecuencia de otra y con ese argumento me metí en las alcobas, croniqué los amores y las deslealtades de los políticos, combinadas con lo político.


Le tocamos los huevos a King Kong, y la sensación fue brutal, porque King Kong tenía con qué defenderse. Nos volvimos adictos a la adrenalina, y esa adrenalina nos la daba el ejercicio periodístico crítico; todos los días había tambores de guerra, todos los días me iba a dormir excitado -no podía dormir por tanta excitación, ya quería que amaneciera para estar en la radio y seguir en la guerra-. Todos los días había manotazos, todos los días había tensiones, todos los días había mensajes ominosos, llamadas de amigos que decían: “yo que tú, no salía en las noches”, “Yo que tú, me cuidaba”, “algo te puede pasar”, “puedes tener un accidente”.


Los excesos son buenos, en la medida que abren espacios para los lectores y los llevan a conocer información que de otra manera no conocerían pero, tarde o temprano los excesos te alcanzan y se te revierte. El “Niño Artillero”, Arturo Rueda, muchas veces se excede; soy su principal crítico -aunque, últimamente, sospechosamente ha madurado, ha cambiado de actitud pero, a Rueda le encanta incendiar los campos, los establos, le gusta crucificar vacas, cerdos, borregos, y ese baño de sangre lo puede terminar afectando.


Si sabes escribir ya la hiciste, porque lo más fácil después de escribir es reportear; hay gente que empieza reporteando pero no sabe escribir y nunca va a aprender. Es mejor tener las herramientas de la escritura.


No me arrepiento; ejercí libremente el periodismo hasta que quise ejercerlo, me extralimité hasta que quise y, no me quiero extralimitar más. Ya pagué mi cuota con los excesos: invadí esos territorios como tenía que invadirlos y no lo volvería a hacer; porque tocas, muchos intereses, afectas a muchas personas. Aprendí que meterse en territorios privados es peligroso, es riesgoso.


Los periodistas somos parte de la clase política, convivimos con ella, hablamos como ella, comemos como ella y, algunos roban como ella. Todos los periodistas somos políticos.


Puebla es mi remanso, mi ermita intelectual. Me gusta vivir en Puebla porque es una ciudad donde ocurren muchas cosas y tiene una intensa vida nocturna: yo vivo de noche, y siempre es bueno saber que a las tres de la mañana hay un lugar donde puedes ir a tomar un trago.


Donde mejor me muevo es en la crónica, gracias a la literatura, porque con la crónica puedo hacer lo que quiera, puedo contar detalles de un político, describir su gesto y al hacerlo estoy hablando más del político que si citara una declaración.


Nos embelesamos con la guerra; nos metimos de tal forma que terminamos distorsionando muchas cosas, y esta es una autocrítica: nos excedimos, nos pasamos de la raya, nos pasamos a la otra orilla.


No le temo a los políticos, no le temo a los narcos, le temo a la mirada de una mujer. Si algo me mata, me llena de zozobra, de temores y de delirios, es eso. Una mujer me devuelve a mi estado original, de irracionalidad y de desamparo, regreso al vientre materno.


Se está creando un nuevo tipo de periodista: el periodista constructor. Antes la gente nada más se dedicaba al periodismo, hoy hay quienes se dedican al periodismo y a la construcción: a la venta de insumos para papelería; el periodista empresario, el que invierte en peleas de box, el que invierte en espectáculos. El periodismo se ha diversificado, porque queremos que nuestros nietos no sean periodistas, sino constructores.


He aprendido a escribir con la cabeza fría. Antes escribía con una enorme vehemencia, con una enorme irresponsabilidad y con una enorme inmadurez. He madurado, hoy que regresé de mi guerra de Vietnam, no he vuelto a sentir ese vértigo; cuando lo siento, lo apago escribiendo un poema y luego me siento a escribir mi columna reveladora.


Lo bueno de ser periodista es que cuando dices “quiero publicar mi libro de poemas”, te llueven ofertas. Si nada más fuera poeta, te apuesto que ninguna editorial daría un quinto por publicarme.


Los periodistas somos un poco esquizoides: queremos acomodar la realidad a nuestra visión del mundo. La objetividad en el periodismo no existe: desde el momento en el que es un ser humano, con conflictos, con emociones, con tensiones, con amores y con pasiones, quien escribe una nota, desde ese momento, la subjetividad es la dueña de la información.


Con Prensa Negra me quisieron dar una sopa de mi propio chocolate: los temas que yo tocaba en mis columnas, me los quisieron recetar; mis excesos, me los quisieron regresar, para que viera lo que se sentía. El único problema es que lo hizo gente sin talento: el libro se caía por su propio peso, no tenía argumentos y el mismo día que lo dieron a conocer lo retiraron de las librerías.


Un buen columnista no debe dejar huellas de quien es su informante; desgraciadamente vemos muchas columnas con muchas huellas dactilares. Uno lee determinada columna diciendo “voy a ver qué está pensando tal político”. El columnista debe borrar las huellas del crimen y no terminar como secretaria del político en turno.


Terminé en muchas ocasiones, sin duda, como le ha pasado a muchos, escribiendo cosas que los políticos querían que yo escribiera. Con el tiempo te das cuenta de que el político que antes te pasaba información, ahora se la pasa a otro, porque tú te independizaste o dejaste de tenerlo como fuente. Hay políticos que se la pasan dictando columnas, que tienen esa afición, yo los he descubierto dictando dos o tres columnas al mismo tiempo, es un trabajo fascinante, un trabajo de antropólogo.


Ya sembré un árbol, ya escribí un libro y ya tuve un hijo, creo que nada me falta por hacer (risas).Me he encontrado con hijos de políticos que al paso de los años me han dicho: “Cuando tú escribiste sobre mi papá, quería salir a buscarte a la redacción con una pistola y matarte, porque ofendiste a mi padre”.
Yo me formé un poco como el perrito callejero: orinándose en las calles, aprendí a esquivar a los autos, a los trailers. Mis mejores maestros de periodismo han sido poetas, han sido escritores, pero también hay gente del periodismo a la que respeto, pero no como mis maestros.


Soy un advenedizo que viene de la poesía, y que vive del periodismo. Los poetas no pueden vivir de la poesía, la poesía no reditúa, no vende. Entonces, yo uso al periodismo para mantener mis vicios poéticos.


Estoy escribiendo un poema sobre lo que he sentido, lo que he vivido, lo que he sufrido, lo que he pasado en estos últimos diez años. Es mi tránsito como persona, como periodista, como padre, como hijo, como amante. Es una especie de recuento.


Texto: Elisa Vega JiménezFotos: Tere Murillo / Ulises Ruiz

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