sábado, agosto 28, 2010

Los Serdán Alatriste, una familia de REVOLUCIONARIOS en Puebla

De Leticia Gamboa Ojeda.*


Dentro del ambiente familiar existió
una identificación cabal de ideas,
como un muro sin quebraduras.
Ángeles Mendieta, 1971.

LA RAÍZ LIBERAL



El 11 de abril de 1862 Josefa Cuesta quedó viuda y con diez hijos, entre ellos tres mujeres llamadas Josefa, Carmen y Natalia. Su esposo, un abogado y militar de 42 años, que había ganado la gubernatura de Puebla a fines de 1857, fue fusilado ese día en Izúcar de Matamoros, por fuerzas conservadoras que apoyaban la incipiente intervención francesa.


La noticia de su muerte debe haber volado a la capital poblana, de la que Miguel Cástulo Alatriste estuvo, sin desearlo, ausente la mayor parte de su mandato, ya que durante la guerra de Reforma (1857-1861) la levítica ciudad se halló casi siempre en poder del bando conservador.

Mientras tanto, él se desplazó por distintas poblaciones de la sierra norte del estado, a dos de las
cuales nombró sedes sucesivas del poder ejecutivo estatal (Teziutlán y Zacapoaxtla).

El mal armado grupo de hombres que dirigía no infligió daños al enemigo; más lo hizo su campaña de desamortización de los bienes del clero en Huauchinango.

Hasta enero de 1861, cuando los conservadores perdieron aquella guerra, Alastriste volvió a la capital poblana; ejerció su cargo por breve tiempo, pues en agosto las pugnas interliberales desataron tal presión que hubo de renunciar.


A partir de su gobierno y hasta mediados de la década de 1880, los liberales de Puebla permanecieron escindidos en dos bandos: los moderados, que vivían en los valles centrales y preferentemente en la ciudad capital, y los radicales de la sierra norte, dirigidos por los
famosos “tres Juanes” (Juan Francisco Lucas, Juan N. Méndez y Juan C. Bonilla).


El lugar de residencia hizo que a los primeros se les adscribiese al partido de “Los Llanos” y a los segundos al partido de “La Montaña” (como en la Revolución francesa).

Pero las diferencias entre ellos no eran sólo geográficas.

Otras más importantes, aunque no siempre en todos presentes, eran los niveles de preparación (escolar y militar), la experiencia (en el trabajo, la tribuna o el frente de batalla), los puestos desempeñados, los estatus familiares y los ambientes socioculturales de que provenían o en que se movían.

Su posición frente a la religión y a la Iglesia era lo que los dividía menos, pues si bien desde la década de 1870 el metodismo logró adeptos en algunos pueblos de la sierra norte, en su gran mayoría esos liberales eran católicos, aun cuando frente al clero tenían reservas de distinto grado.


El primer caudillo del partido de los Llanos fue Alatriste.

En ese bando lo ubica el oficio de sastre de su padre y el taller que tenía (donde el hijo ayudó durante toda su adolescencia); sus estudios en el Colegio Carolino (que concluyó en tres años en vez de cinco); su puesto de joven profesor en el Colegio de San Juan de Letrán en la ciudad de México; su iniciativa de fundar una Academia de Literatura (1846); sus servicios patrióticos en 1847 durante la guerra con Estados Unidos como oficial del Batallón “Hidalgo” de la ciudad de Puebla, así como sus puestos de fiscal, de juez, regidor y prefecto.

Políticamente no era de la línea dura, pero sí un liberal convencido y un militante del juarismo con cuyas reformas congeniaba.
Como la inmensa mayoría de los liberales de entonces, debió ser católico, pues al bautizar a sus hijos varones les puso —o permitió que les fueran puestos— sendos nombres de arcángeles (Miguel, Rafael, Baraquiel, Gabriel, Gaudiel, Sealtiel y Emanuel). Distinguiendo entre el poder espiritual y el poder material de la iglesia, fue a la vez un anticlerical que obró en consecuencia y que, como otros liberales de ambas tendencias, denunció y adquirió casas del clero (en la primera desamortización, de 1856).


Cuando en enero de 1862 se declaró el estado de emergencia tras los primeros desembarcos de soldados franceses, el ex gobernador Alatriste participó en la defensa de la nación, trasladándose a Izúcar con un ejército regularmente equipado, para ir contra dos grupos conservadores.

El 10 de abril fue herido y hecho prisionero; al día siguiente, como se dijo, fue pasado por las armas.

A su familia dejó ocho casas que habían sido del clero; la mejor no era opulenta, las demás eran bienes de poco valor en relación con otros. Con tantas bocas que mantener, esta herencia casi había desaparecido al terminar el siglo. No así la historia y el fin de Alatriste, que caló en la memoria de sus hijos y pasó a la de sus nietos.

RADICALISMO FAMILIAR

Carmen Alatriste Cuesta tenía diez años cuando murió su padre. A los 22 (en 1873) debutó como madre de una niña llamada como ella. De su matrimonio con Manuel Serdán tuvo otros tres hijos: Natalia (1875), Aquiles (1877) y Máximo (1879).

Si su abuelo fue un liberal moderado, su padre abrazó un radicalismo singular en su tiempo; una postura que causó su desaparición, si no es que su muerte, entre 1879 y 1881.

Era hijo de Roque Serdán y Dolores Guanes. Nació en Veracruz, y por el lado paterno tenía ciertamente parientes ricos, con los que tal parece tuvieron desavenencias los Serdán, al punto de deslindarse cambiando la letra inicial de su apellido, de C a S.

Al menos desde los años de 1850 esta familia ya vivía en la ciudad de Puebla, en cuya defensa intervinieron Manuel y su hermano Francisco, en ocasión del largo asedio de 1863, que terminó con la toma de la misma por parte de los franceses y con la muerte del segundo de aquellos.

En 1868, a más de un año de la caída del Imperio de Maximiliano, Manuel pidió exención del impuesto personal por haber participado en “los hechos de armas de 24 y 25 de abril”, según un certificado.

Que al hacer esta petición se acogiese a un decreto posterior —del 7 de mayo de 1863—, en el cual se ofreció esa exención a quienes ayudasen “con las armas” en dicha defensa, indica que en su breve participación no hubo interés económico.

A fines de la misma década debió terminar sus estudios de leyes, en el ya entonces Colegio del Estado. Se ha dicho que Manuel “era dueño de la mitad de Puebla”. Quizá ni la Iglesia tuviese tanto; esta exageración vino probablemente de la herencia dejada por Roque Serdán, quien también adquirió, en 1856-1857, quince casas del clero en calles más o menos secundarias de la ciudad, salvo una situada frente a la Catedral.


El licenciado Manuel Serdán fue amigo y colaborador de Alberto Santa Fe, un criollo y militar que viajó desde joven a Estados Unidos. Ahí conoció a Victor Considerant, principal discípulo del francés Charles Fourier, uno de los más notables impulsores del socialismo utópico.

Considerant había tratado de fundar en Dallas un falansterio (comunidad de familias viviendo
en “pacífica democracia”, trabajando por igual todos sus miembros para satisfacer sus propias necesidades y gozando de los mismos derechos).

Sus prédicas influyeron en Santa Fe, quien contagió de las mismas a Manuel Serdán. De ahí que éste apareciese al lado de su amigo en junio de 1878, en la redacción de un periódico cuyo nombre condensaba una meta inusitada: La Revolución Social. Este semanario, editado en Puebla, se presentó como “órgano del Partido Socialista Mexicano”, pero no hay certeza de que tal organización realmente existiera.


Lo que sí hubo y prendió en localidades rurales de algunos estados, fue una Ley del Pueblo inserta en el primer número de ese periódico y bastante difundida por otros medios.

Suscrita por ambos redactores, La Ley del Pueblo empezaba invocando a Dios porque todo lo creado era obra suya. Pretendía cambiar la economía del país a partir de la protección de la industria nacional, pero ante todo del cambio en la estructura de la propiedad agraria.

Para ello las haciendas darían tierra a los pueblos, pagando éstos por ellas. Dar propiedad al mayor número de familias campesinas generaría la democracia.

La Ley proponía asimismo suprimir el ejército y armar a los ciudadanos para que defendieran al país en caso de nuevas invasiones extranjeras. Los recursos antes destinados al ejército se utilizarían en escuelas, porque “la educación gratuita sustentaría el poder popular”.


En los primeros meses de 1879 empezó el acoso a los redactores de La Ley del Pueblo, por lo que el periódico dejó de editarse. Pero desde diciembre anterior, más de 2 mil 200 trabajadores “de varios pueblos de los Estados de Hidalgo y de México” firmaron un llamado a seguirla.

Alentados por sus propuestas, a los cuatro meses los campesinos de otros pueblos del valle poblano de Texmelucan y de la zona de Chalco, procedieron a repartirse las tierras de algunos ranchos y haciendas.

De Manuel Serdán no se supo más; sólo que en 1881 su esposa se declaró viuda. En mayo Santa Fe fue apresado por dos años.

LOS SERDÁN ALATRISTE

Fundado en 1901 por Ricardo Flores Magón y su círculo de camaradas, el Partido Liberal Mexicano influyó entre artesanos y obreros poblanos cuando su periódico, sintomáticamente denominado La Revolución Social, empezó a circular clandestinamente a mitad de 1906. Ya entonces los magonistas eran abiertamente anarquistas e instaban a “luchar contra el capitalismo y la dictadura de Porfirio Díaz”.


No se sabe cómo, pero Aquiles Serdán Alastriste entró en contacto con militantes del PLM. Sin embargo, la represión del gobierno federal contra mineros (1906) y obreros textiles (1907), así como la estrecha vigilancia de las autoridades poblanas sobre todo sujeto “levantisco”, sofocó los visos de llamarada.

La figura de Aquiles recordaba mucho la de Miguel Cástulo Alatriste. Era espigada, y una calvicie prematura le dejó al descubierto media cabeza, como a su abuelo.

Llevaba igualmente un bigote revirado, que daba a su rostro la adustez de un hombre mayor a los años que tenía y que cumplía el mero día de muertos.

Tenía 31 en mayo de 1909, cuando, después de leer La sucesión presidencial de Francisco I. Madero, se reavivaron sus inquietudes y resolvió unirse a su movimiento, siendo delegado en Puebla del Centro Antirreeleccionista de México.

En julio Aquiles fundó un club maderista, tras emitir una convocatoria que urgía al pueblo diciendo: “No permanezcáis más de rodillas”.

La frase era elocuente: confirmaba su fama de “ser muy alebrestado”.

Las tragedias familiares no le restaron bríos, sino fueron aguijones que lo empujaron a actuar. En poco tiempo el proselitismo maderista fructificó en la constitución de otros clubes: textileros, ferrocarrileros, maestras, cigarreras, albañiles, alfareros, sastres, zapateros, tipógrafos, pequeños comerciantes y estudiantes (sobre todo de la Normal), se integraron a ellos, sumando más de dos mil a fines de ese año, según algunas fuentes.


Entre los seguidores activos de Aquiles había varios miembros de su familia: sus hermanos Carmen y Máximo, su prima Áurea San Martín y seis mujeres de apellido Cuesta, una de ellas Gilberta, casada con Miguel Rosales, un personaje muy útil a la causa de los Serdán.


Y es que siendo dueño de una pequeña fábrica de cerillos y una ferretería donde vendía armas, les consiguió pistolas, rifles, municiones y pólvora. Pareciera curioso que, al dar con nombres precisos, buena parte fuesen mujeres, a menudo hermanas (las Narváez serían de las principales, pero también hubo Vázquez, López, Alcérreca, Leyva, Betancourt, Mejía…).


Entre los hombres tampoco faltaban quienes estaban emparentados (como los conocidos hermanos Campos, los Rousset y los Gaona Salazar), pero hasta ahora estas ligas las hallamos menos. Las relaciones de trabajo y de amistad engrosaron asimismo los clubes; algunas eran añejas, como la amistad de los Serdán con las Alcérreca, nietas de un compañero de armas de Alatriste.


Pronto el club dirigido por Aquiles difundió sus ideas a través de su órgano, La No Reelección.

Los exaltados artículos que escribiera en contra del gobierno le costaron un primer y breve arresto, por agosto de 1909; en septiembre fue de nuevo encarcelado por más de dos meses. Desde la publicación del periódico fue cada vez más evidente que no todos los simpatizantes de Madero pensaban igual: Aquiles y sus partidarios eran radicales y creían que el gobierno porfirista sólo caería por la vía armada; los otros eran tibios y se atenían a unas elecciones “limpias y competidas” que posibilitaran un cambio político pero nada más.

La historia del divisionismo se repetía, ahora entre los maderistas de Puebla (y de todo el país).

De este modo el serdanismo se distinguió por su radicalismo, además de una composición bastante proletarizada de sus filas, si bien su dirigente y su círculo de familia y amigos pertenecían a la “pequeña burguesía” citadina.


Mientras los maderistas moderados de Puebla no se atrevieron a identificarse como tales y a movilizarse, Madero no tuvo más opción que apoyarse en los serdanistas.

En una visita en diciembre impulsó la creación del Partido Antirreeleccionista del Estado, dejando a Aquiles a la cabeza. Con el nuevo año los serdanistas iniciaron la campaña para llevar a su líder nacional a la presidencia, en tanto los moderados lo hicieron hasta mayo pero separados, estableciendo su propio club (el Central Antirreeleccionista).


En mayo de 1910 Madero regresó a Puebla como candidato presidencial, siendo ovacionado por varios miles de asistentes a los que reiteró su pacifismo.

Aun así, tan pronto partió se inició la pesca de maderistas sin distinciones. La mayoría de los moderados logró evaporarse; en cambio los serdanistas organizaron en julio una protesta por el fraude electoral, culminando en graves disturbios que llevaron a Serdán a la clandestinidad.


Acudiendo al ingenio para no ser advertido, Aquiles viajó a San Antonio, Texas, a donde Madero había llegado tras fugarse de la prisión de San Luis Potosí y publicar el Plan del mismo nombre, que desconocía al gobierno de Díaz y llamaba al pueblo a las armas. Ahí designó a Serdán “comandante de las Fuerzas Revolucionarias en Puebla” y éste regresó el 1 de noviembre, para poner la rebelión en marcha.

Su hermano Máximo y un amigo formularon un detallado plan de ataque extensivo y simultáneo, cuya estrategia consistía en tomar la ciudad, liberar a los maderistas presos y marchar a la capital del país.


Como las autoridades se enteraran días antes de estos propósitos, mandaron catear unas casas y llenaron de soldados la ciudad. Previendo el cateo de la casa de su hermana Natalia, donde los Serdán vivían y habían concentrado su parque y su armamento, Aquiles se apresuró a adelantar en dos días el estallido de la Revolución, acordado por Madero para el día 20.

Así, el 17 envió “correos” a sus partidarios más importantes y numerosos: los obreros textiles de las afueras de Puebla y de los municipios poblanos y tlaxcaltecas cercanos, lo mismo que gente de algunos pueblos del rumbo.

No supo que sus mensajes no llegaron porque fueron interceptados, que los caminos a la ciudad fueron cerrados y que en las fábricas quedaron intencionalmente retenidos muchos obreros.

Creyendo que sus seguidores llegarían a auxiliarlos y la rebelión se generalizaría en la ciudad, los Serdán Alatriste esperaron la llegada de la policía. Temprano el día 18, el jefe de ella penetró a su casa y Aquiles le disparó matándolo instantáneamente.

Empezó una refriega de tres horas, resultando cuatro heridos y una docena de muertos, entre los primeros Carmen y entre los últimos Máximo.

Al verse derrotados y con la pena por los partidarios y el hermano muertos, Aquiles decidió esconderse en una fosa cavada a propósito, pensando en salir después a reorganizar el movimiento.

Pasada la medianoche, pensando que nadie había, con una súbita pulmonía y una tos que apenas podía contener, quiso salir del hueco. Alerta, un guardia se lo impidió al matarlo de dos tiros en la cabeza.

Si no fuera por el libro de un descendiente de Natalia, Carmen sería la única figura femenina de los Serdán en la historia del estallido revolucionario en Puebla.

Hoy se sabe que “toda la familia ayudaba en la conspiración”.

Por las noches ambas pegaban propaganda en las calles, llevaban y traían armas escondidas y las
repartían a los seguidores. La madre de Aquiles y su esposa, Filomena del Valle, aprobaban los planes; por eso se quedaron en la casa, pese a los 63 años de la señora y a la gravidez de la joven.

Mas como Carmen era soltera, estuvo en condiciones de participar más a fondo. No dejaron de contar en ello sus convicciones y su carácter resuelto, como el ascendiente que tenía por ser la primogénita.

Esto se reflejó, por ejemplo, en el cargo de albacea que tuvo en los juicios sucesorios de los bienes de sus abuelos paternos y de su padre, y en una demanda que hizo en 1901 al adjudicatario de unos bienes de la familia puestos a remate, para que los indemnizara por ganarlos con una postura muy baja, obteniendo mil pesos.


Desde mayo de 1910 Carmen se incorporó al movimiento de Aquiles, acompañándolo a recibir a Madero a la estación del ferrocarril. Otras labores las realizó bajo el seudónimo de “Marcos Serrato”. Su misión más importante fue un viaje que, al igual que Aquiles pero en otro momento, hizo a Texas, donde habló con don Francisco.

Partió con instrucciones y mensajes; paró en Monterrey para recibir de Gustavo Madero quince mil pesos, cinco de los cuales se destinaron a Puebla para comprar más armamento.


El 18 de noviembre, mientras Natalia cuidaba de sus hijos y de los de Aquiles en la cercana casa de Miguel Rosales, Carmen secundaba a sus hermanos y amigos. Como Aquiles, disparaba por los balcones de la casa.

Años después contó que a mitad del combate salió a un balcón a llamar a la gente a luchar por la libertad y la no reelección. Fue a la azotea a llevar parque y le tocó un balazo. Increíblemente, bajó a seguir combatiendo y subió de nuevo, dándose cuenta de que todos estaban muertos.

El abatimiento detuvo sus disparos. En medio del dolor ayudó a Aquiles a ocultarse, cubriendo el escondite con una alfombra.

Entraron soldados y policías; se la llevaron junto con su madre y su cuñada.

Natalia rehizo la vida de los sobrevivientes de la familia.

Su condición de viuda y por eso de mujer sola, le pesó para lograrlo. Para ella “los días y los meses sucesivos fueron una pesadilla”; la madre, la hermana y la cuñada fueron encerradas por medio año en el Hospital de San Pedro.

Para tratar de liberarlas, para enterrar a sus hermanos y restaurar su casa, necesitaba dinero que no tenía y abogados que rechazaron auxiliarla. El generoso Miguel Rosales y un amigo le ayudaron a resolver el problema de las inhumaciones; el licenciado Rafael Martínez Carrillo aceptó por fin la defensa, y luego de tocar muchas puertas consiguió un préstamo con hipoteca
sobre su casa destruida.

El 24 de mayo de 1911 —un día antes de la renuncia de Porfirio Díaz—, su cuñada Filomena acusó ante un juez a los policías Porfirio Pérez y Juan Bado del asesinato de su esposo y de robo.

El expediente respectivo se adulteró con falsedades y extrañamente “se perdió”, sin haber castigo.

En lo inmediato Carmen personificó el serdanismo.

Tras ser liberada a mediados de 1911, participó en un nuevo club al que dieron su nombre.

Seguido escribió a Madero sobre problemas de la revolución; posó con sus amigas y seguidoras al lado de la señora Madero; hizo lo mismo con Venustiano Carranza en 1914, y luego con un grupo de enfermeras carrancistas.

Pero ambos caudillos tenían alergia al radicalismo; acudían a Carmen “para tomarse la fotografía” y ella entendió que deseaban un serdanismo domesticado.

En 1916 fue a la ceremonia donde se exhumaron los restos de sus hermanos para colocarlos en un monumento especial… dejó a otra persona agradecer el homenaje. En 1930 declaró sentirse “un tanto desilusionada” de los rumbos que los gobernantes le habían dado a la Revolución.


UNA REFLEXIÓN FINAL

La historia local y regional, que por su reducido espacio de estudio no es menos exigente que la nacional —pues lo que pierde relativamente en extensión lo reclama en profundidad—, es idónea para el estudio de las familias y, partiendo de ellas, el de las redes sociales en que hemos vivido inmersos.

Si con este enfoque se avanzara más en el estudio de estas estructuras vitales, podría llegar a determinarse qué tan singular fue la familia Serdán Alatriste en la historia de la Revolución mexicana.

Por lo pronto, el relato anterior muestra cómo sus raíces ideológicas se hundían en los tiempos formativos de nuestro Estado-nación.

También invita a postular que el papel de la familia en general, puede haber sido más importante de lo que hasta hoy se sabe o se piensa de aquel suceso.

Pudo ser un factor más cohesivo que el de las fracciones, organizaciones y partidos
que con sus jefes invadieron el escenario, dejando a aquélla en la opacidad de un segundo plano.

*Mexicana, doctora en Historia Social por la Université de Paris VIII en Saint-Denis (1993), profesora investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, profesora del Posgrado en Historia del propio Instituto y miembro del SNI. Sus principales investigaciones se han enfocado a la historia regional de Puebla, en sus aspectos económicos, sociales y políticos, en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas, como Boletín de Investigación del Movimiento Obrero, Deslinde, La Palabra y el Hombre, Secuencia, Historias, Historia Mexicana, Tzintzun, Sotavento, Pos-História y Tiempos de América. Trabajos suyos aparecen en libros compilados por colegas de otras instituciones del país y del extranjero. Con su libro La urdimbre y la trama ganó el premio « Francisco Javier Clavijero » a la mejor investigación en historia publicada en 2001, otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Por trayectoria curricular ganó en 2004 el « Premio Estatal de Ciencia y Tecnología » en el área de « Ciencias Sociales y Humanidades », otorgado por el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología (Puebla).

REFERENCIAS


Flores Sevilla, J. (1976), La familia Serdán, México, SepSetentas,
núm. 27.
Labastida Claudio, C. (2005), Un clero rico de escasos fondos. La intervención
y desamortización de los bienes eclesiásticos de la ciudad
de Puebla (1856), Puebla, tesis inédita (agradezco a la autora de
esta tesis los datos de 1857 sobre Roque Serdán).
LaFrance, D. G. (1987), Madero y la Revolución mexicana en Puebla,
Puebla, UAP.
Manuscrito de la Junta Revolucionaria de Puebla (1973), México,
INAH/Museo Nacional de Historia.
Mendieta Alatorre, A. (1971), Carmen Serdán, Puebla, CEHP.
Thomson, G. P. C. (1998), Patriotism, Politics, and Popular Liberalism
in Nineteenth-Century Mexico. Juan Francisco Lucas and the
Puebla Sierra, Wilmington, S. R. Books.


1 comentario:

berinolo dijo...

Hola
Está padrísima esta nota.
Saludos
Bernardo Hinojosa

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